Cuando me propongo escribir de cosas alegres, se nubla la conciencia a plena luz, y una lágrima humedece mi mejilla.
No son momentos ni sensaciones.
Son aletargados recuerdos que, retrocediendo en el tiempo, me hacen sentir impotente ante la hipocresía y falsa amistad.
Me hiere el alma los demonios enmascarados que pululan por doquier. Que con el más dulce y hermoso disfraz, engatusa a la humanidad.
Mas, ni que decir tiene que, cuando los que haciéndose llamar amigos, se despojan del antifaz, se transforman en irreconocibles demonios, como belcebú de las tinieblas, despiadado y sin corazón.
Arde el teclado al pensar, confiada e ignorante de mí, que mi devoción por lo que creía eran actos de bondad y generosidad, tan sólo eran tretas y artimañas para satisfacer el absurdo ego personal desalmado y ruin.
Que la razón todo lo puede, y que el tiempo cose las heridas con las agujas del reloj, apacigua mi enojo y desengaño.
Y seguirá mi ingenuidad haciendo tropezar mi confianza, mi inocencia se topará con la maldad y hará resurgir de los intramuros de mi ser, la más inmensa coraza para doblegar ante mí las necedades del cinismo.